“Hecho absolutamente a todo”
“Yo sé vivir tanto en las privaciones como en la abundancia; estoy hecho absolutamente a todo, a la saciedad como al hambre, a tener sobra como a no tener nada. Yo lo puedo todo en aquel que me conforta.”
Filip 4, 12-13.
La cita que he escogido hoy para la reflexión de esta entrada es de la lectura de San Pablo a lo Filipenses leída este domingo.
Pablo fue como nosotros, una persona con sueños, con momentos extraordinarios y momentos muy difíciles en su vida. Como diría alguien, estuvo hecho del mismo barro que nosotros. Pero hubo una gran diferencia entre él y nosotros. Fuera del tiempo que le tocó vivir, él supo escuchar en su corazón el llamado que Dios le hizo. No solo lo escuchó, sino que tomó real conciencia de lo que ello representaba en su vida. Y desde que aceptó, nunca más estuvo solo.
Pienso que por miedo, por soberbia, o por ignorancia, nos gusta estar solos. Es más, muchas veces llenamos esa soledad de otras soledades, pensando que estamos así acompañados. Dos soledades juntas que no comparten lo esencial al final siguen siendo soledades. Odiamos la soledad pero a la vez no aceptamos la compañía de Aquel que como creyentes nos va a transformar, nos va a permitir aprender a vivir donde la vida nos ponga, no importa donde, no importa cuando, no importa como, pero todo se puede en “aquel que me conforta”. Y es a partir de esa relación que todas nuestras demás relaciones tomarán una nueva dimensión, en comunión, compartiendo, saliendo de nosotros mismos para encontrarnos con nosotros mismos, con los demás, con la naturaleza y volver a los brazos de Dios.
El miedo al compromiso es uno de nuestros enemigos, pues comprometerse implica dejar nuestra comodidad, dejar nuestros planes, dejar nuestra seguridad y confiar en Jesús.
La soberbia es otro de nuestros enemigos, creer que lo sabemos todo, que somos infalibles, que no necesitamos ayuda. La humildad abre las puertas a Jesús.
La ignorancia es otro enemigo poderoso. El que no conoce no sabe a donde ir, no sabe donde buscar, no sabe que su vida tiene una razón y un sentido trascendente.
Como creyentes debemos aprender a ver las señales que el Señor pone en nuestras vidas. San Pablo cayó del caballo camino a Damasco y allí tomó conciencia de que el Señor le hablaba…y su vida se transformó. Para todos hay situaciones en las que el Señor nos habla, nos invita. San Pablo lo perseguía, ahora curiosamente ocurre todo lo contrario, le huimos. Tenemos miedo a ser buenos, tenemos miedo a Amar de verdad. Eso compromete y exige a dejar muchas cosas.
En la lectura de hoy pensemos que la felicidad (aquello que el corazón de todo ser humano ansía) está en aprender a vivir con los que nos toca, “en las privaciones como en la abundancia” y eso se logra a partir de una relación cercana con Jesús, en sentirlo como amigo, como alguien que nos lo da todo, alguien que nos conforta.
No es fácil, es un trabajo personal de todos los días, de conversar con él en la oración, de escucharle en los evangelios, de recibirlo en los Sacramentos. Es un caminar juntos con Jesús a pesar de nuestros miedos, dejando a un lado nuestra soberbia y aprendiendo de su sabiduría. Así estaremos hechos absolutamente a todo.
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