Los verdaderos aplausos
El segundo planeta al cual llega el Principito está habitado por un vanidoso para quien el Principito es un admirador más. Cuanto nos gustan los aplausos, y cuantas cosas hacemos a veces para recibirlos. Al comienzo uno cae en el juego, pero a la larga la vanidad no conduce a nada...como le dice el Principito "pero tú estas solo en tu planeta". Y esa frase es cierta. La vanidad hace que uno se aparte del resto, que uno no vea más que su propio yo y se olvide del otro. Para el vanidoso, el otro es importante en cuanto satisfaga una necesidad (la del aplauso, el reconocimiento, la admiración). Como bien dice el Principito al poco rato: "¡Bueno!, Te admiro...pero ¿para qué te sirve?". No sirve para nada más que para llenar el ego y vaciar el alma.
Somos extraños los seres humanos. Nos olvidamos que una hermosa casa de nada sirve si no tiene buenos cimientos, y que esos cimientos no se ven. Los halagos, la admiración, los aplausos de nada sirven si se convierten en un fin. Los grandes personajes de la humanidad nunca hicieron las cosas pensando en los aplausos o la admiración que recibirían. Hicieron las cosas porque era su deber y el resto vino por añadidura.
Aprendamos a cumplir bien nuestro deber sin esperar nada, aprendamos a ser un ejemplo para los demás en lo que nos toca a cada uno. Los mejores aplausos no son los que se buscan, sino los que nacen de motivar al resto a seguir un buen ejemplo. Esos son los aplausos que solo el alma escucha y de los que Dios guarda la cuenta.
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