Navidad, nunca triste, nunca solo
Una de las cosas que más me emociona de la Navidad es como ese espíritu que parece estar escondido durante todo el año despierta desde los días previos y como la mayoría de la gente parece transformarse con una alegría que parece recordarnos que el Amor está vivo.
Pero una de las cosas que me entristece cuando pasa Navidad es que para casi todos, las cosas vuelven a ser como siempre al día siguiente. La magia y la paz parecen desaparecer y el amor se adormece. Entonces reaparece la rutina dejando todo atrás como si fuera un bello sueño. Las campanas, los villancicos, los fuegos artificiales se olvidan para pensar en el nuevo año que llega. Solo los niños lo tienen presente, al ver en sus regalos un reflejo del amor de quienes se los entregaron.
Y la noche previa a la Navidad es un momento especial donde dependiendo de las experiencias que hayamos tenido podemos sentirnos de muchas maneras. Desde indiferentes, tristes, o nostálgicos hasta radiantes y jubilosos; con esa alegría que nace del compartir con los demás y de celebrar el nacimiento de Jesús.
Navidad suele ser para la mayoría tiempo de paz, amor, unión y regalos. Pero hay algunos para quienes no es un tiempo de alegría o de fiesta.
La libertad del ser humano es un tema complejo, y en esos tres casos que comento al inicio de esta entrada se ve como a veces no queremos ver las cosas desde una perspectiva diferente.
Pienso en la angustia de San José al no encontrar posada, la humana preocupación de María y José de pensar que su hijo va a nacer en un pesebre, rodeado de animales. Pero pienso también en la Fe, la Esperanza y el Amor que ambos tenían. Esa Esperanza que sin duda la Virgen reforzaba en su esposo y que ambos por el amor que se tenían, comprendían que todo tenía un sentido. Las dificultades son siempre señales, especialmente cuando no dependen de nosotros, cuando no las buscamos. "María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón" nos dice San Lucas al relatar la visita de los pastores al pesebre (Lucas 2,19)
Hoy vi sonreír al paciente a quien su familiar no quería que se le recuerde que estaba cerca la Navidad. Escuchó a alguien quejarse por tener que trabajar en nochebuena, y luego escuchó a otra persona darle una explicación que le hizo sonreír. Le hizo entender que un enfermo puede convertirse en Jesús..."estuve enfermo, y me visitaron"(Mateo 25,36). Si los todos los que visitamos a un enfermo fuésemos conscientes de esa oportunidad que se nos presenta cada día y lo especial que esto suceda en Navidad...es al niño a quien visitamos. Y el enfermo es a Jesús a quien representa y lleva en su cuerpo. Eso lo comprendió este paciente y eso le dio la paz para aceptar su enfermedad y comprender que hay cosas que no están en las manos de los médicos sino en las manos de Dios. Quienes lo visiten mañana 25 podrán a través de él visitar a Jesús en el pesebre, al igual en que en cada paciente que visiten.
Hoy vi a un familiar del segundo paciente armar un árbol de Navidad en la habitación. De hecho la paciente está mejor, pero aun hay un camino por recorrer. El padre, la madre y el esposo han entendido que la enfermedad, con todo el dolor, incertidumbre y angustia que puede originar es también una oportunidad. Una oportunidad para descubrir sus fortalezas, sus miedos, sus dudas, sus esperanzas. Han tomado más conciencia de que están muy unidos, lo mucho que se aman, y que mientras haya ese amor, saldrán adelante. Van a tener chocolate y panetón para compartir con quienes los visiten el día 25.
La tercera persona ha tenido una vida algo dura, pero creo que de una u otra manera Dios le ha puesto delante los medios para poder descubrir que en realidad no está solo. La soledad en realidad uno la busca, y va más allá del tener gente alrededor. Cuantas veces uno puede estar rodeado de mucha gente y está realmente solo. Y de otro lado, cuanta gente que estando físicamente sola lleva en el corazón el amor de aquellos para quien es importante. El que las circunstancias o la distancia hagan que uno este aparentemente solo no deben dejar que la tristeza aparezca, basta mirar con esperanza y recordar los tesoros que uno guarda en el corazón, el cariño y la ternura que uno ha recibido, el saber que el silencio, la ausencia y la distancia son muchas veces circunstanciales. Si hay amor, este debe nutrir la paciencia y la esperanza de que vendrán tiempos mejores, aunque tome tiempo.
No dejemos que las cosas circunstanciales de la vida afecten el motivo principal de la alegría de la fiesta. La alegría es porque Jesús nació. No es lo más importante el que voy a reunirme con mi familia, el que voy a recibir regalos, el que voy a tener un día de "Paz y Amor". Todo ello es consecuencia de celebrar el nacimiento de Jesús. Y celebrarlo implica intentar acercarse no solo al pesebre, sino al mensaje que Jesús nos trae. Que el que las cosas no sean como uno desea no nos impida sentir el sentido real de la fiesta, celebrar a Jesús, no nuestros logros o nuestras alegrías. Entonces ni una enfermedad, ni la soledad, ni un problema personal debe opacar la alegría que debo sentir por el nacimiento de Jesús.
El vino para curar a los enfermos, hacer caminar a los paralíticos, hacer ver a los ciegos. Empecemos por darnos cuenta que no estamos sanos, que tropezamos con facilidad y que a veces no vemos las cosas como realmente son.
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