Impulsos y errores
Santa Teresita de Lisieux
Las palabras que hoy nos regala Santa Teresita me recuerdan nuestra naturaleza humana tan lábil e imperfecta. La libertad del hombre es un don, un misterio, un regalo, un acto, un impulso, una fuerza. Pero sin un norte, sin una guía, sin un puerto, ese impulso puede lanzarnos a un mar tormentoso, donde se hace difícil distinguir el horizonte, donde se puede perder la perspectiva de los puntos cardinales, y donde el placer de mantener las velas desplegadas arriadas con el viento puede confundirnos y hacernos pensar que no es importante un puerto a donde llegar sino la aventura de navegar por navegar. Disfrutamos tanto de conquistar y controlar el viento que nos olvidamos que nuestra nave debe tener un destino. Es entonces cuando el alma no es consciente de sus faltas y se cometen errores, al seguir un "impulso natural".
Pero hay una pregunta previa. ¿A qué puerto debo ir? Si ello no esta claro entonces es aun más fácil equivocarse. Tal vez la pregunta debiera ser ¿A donde debo llevar a mi alma?.
Humanamente podemos encontrar mil respuestas y justificaciones para cada una de ellas. Bajo el disfraz de "navegar hacia mi felicidad" (el impulso básico dentro de cada corazón) es fácil cometer errores. El impulso natural es la búsqueda de nuestra felicidad y ello es lo deseable en todo ser humano, pero el problema está en a qué le llamamos felicidad. La diferencia entre sentirse feliz y ser feliz puede confundirnos. La linea es a veces delgada, y nuestras necesidades humanas no resueltas a veces son la razón para que los impulsos nos lleven por rumbos diferentes a los que inicialmente nos planteamos.
Quizás se trata de ser realmente humildes y entender que no somos nada y que el sentido de nuestra felicidad se encuentra en el encuentro con el Verdadero Amor, con Dios.
Pero aceptar esto puede ir contra nuestros "impulsos naturales"...y allí viene también el dolor. Dolor nacido de esa lucha entre lo que queremos y lo que debemos, entre lo que deseamos y lo que Dios desea para nosotros, entre lo que pensamos que es lo mejor para nosotros y lo que Dios sabe y quiere para nosotros. Pero el dolor más grande es el de saber que podemos equivocarnos y hacer daño a quienes más amamos. Como decía San Pablo: "No hago el bien que quiero sino el mal que no quiero"(Rom 7,19). Nuestra libertad define al final el rumbo de las cosas, aunque la Providencia abre siempre puertas por donde podamos enrumbar hacia buen puerto.
Todo sucede por algo. No hay nada oculto para Dios y nada que escape a su Providencia. Y Él, a pesar de todas las faltas y errores que podamos cometer nos ama, nos perdona y quiere siempre nuestra felicidad, la cual a fin de cuentas depende de nosotros, de saber enfrentar nuestras circunstancias, de saber decidir, de saber arriesgar, de saber perdonar, de aprender a amar, de no abandonar a quienes confían en nosotros.
Solo a partir de la dimensión del dolor es posible empezar a comprender y entender. Mientras no hayamos enfrentado esa realidad en nuestras vidas, no podremos ser realmente felices. La Resurrección nace de la Cruz, y esa es una realidad que si bien escuchamos y "creemos", muchas veces no estamos dispuestos a vivir. No lo entendemos, pero "es muy necesario" hacerlo, así aprenderemos a hacer que el alma entienda sus errores. Entonces aprenderemos a amar aun más la travesía, a pesar de tormentas y tempestades, pues si abrimos el corazón los frutos siempre vendrán para quienes amamos, nuestros seres queridos y nuestros amigos de verdad.
Que nuestros impulsos vayan en sintonía con lo que nuestra alma en el fondo desea, encontrar nuestra felicidad en descubrir cual es la Voluntad de Dios.
No es fácil, pues ello es en si la travesía, la cual durara durante toda nuestra vida en esta tierra.
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