Compartiendo algo especial
Un especial regalo que el Señor me ha dado es que el día de mi cumpleaños coincide con la festividad de la Virgen del Pilar y todos los años, voy a misa ese día a dar gracias por el año que termina y ofrecer el año que empieza. Este año al igual que los últimos años, mis hijos han estado de vacaciones y Roxana, mi esposa se tomó la tarde libre para acompañarnos en la misa.
El sacerdote leyó las lecturas que corresponden a la festividad de la Virgen, y la lectura fue muy especial, sobre todo por lo que he vivido ese día y en los días siguientes.
"Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan" (Lucas 11,28) son las palabras de Jesús en respuesta al elogio que hace una mujer sobre su madre. No basta escuchar la palabra de Jesús en los Evangelios, hay que guardarla.
¿Y qué es guardarla? Implica interiorizarla, pero llevarla dentro no es suficiente. Como nos dice Jesús en otro momento a través de San Lucas cuando le preguntan sobre su familia, él deja muy claro que su familia "son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen" (Lucas 8,21).
Si se puede resumir toda la palabra de Dios en una frase, esto es como Jesús mismo dice: "Lo que yo les mando es que se amen los unos unos a los otros" (Juan 15,17).
Cumplir la palabra de Dios entonces no es es otra cosa que vivir el Amor. Y es allí donde la familia debe convertirse en ese núcleo, ese centro donde se intenta comprender este mensaje, donde se intenta guardar este mensaje para poder hacerlo vida. Y son los frutos y la paz y la alegría que nacen de ello los que nos deben servir como señales de que vamos por buen camino.
Dificultades nunca faltan en una familia, momentos difíciles que no son otra cosa que oportunidades para que el amor crezca, para que la unión se fortalezca, para comprender que no estamos solos y que siempre hay gente que nos ama cerca a nosotros.
Y es allí donde la dimensión de lo que es la familia puede trascender lo carnal. En nuestras vidas aparecerá gente que reflejará ese amor de Dios y nos hará entender cuan afortunados somos. Entonces uno comprende que a los ojos de Dios somos una gran familia, donde es el amor lo que marca la diferencia. No ese mal llamado amor que es posesivo y egoísta, sino ese amor que permanece a pesar del tiempo y la distancia, que lo da todo sin esperar nada, que en su aparente sencillez (una palabra, un escuchar, un abrazo, una sonrisa, una oración) esconde el amor infinito de Dios.
No es fácil descubrirlo, pero si abrimos nuestro corazón nos daremos cuenta que está a nuestro lado y que es real. Entendamos que Él es la vid a partir de la cual aprenderemos a dar frutos. Se trata de dar "fruto abundante", nacido del Amor, de nuestra relación con Dios.
En los días alrededor de mi cumpleaños he recibido "regalos" especiales. Regalos que no se ven, pero se sienten, regalos que no son otra cosa sino señales de que tengo una gran y maravillosa familia. No solo mi familia carnal, sino mis amigos. Amigos de hoy, de ayer y de siempre que han sabido ser un reflejo de cuánto Dios me ama. Amigos que comparten cosas especiales conmigo y que sin palabras me dicen que tengo una familia espiritual maravillosa, donde las diferencias me hacen comprender que la luz aunque se vea blanca, no es otra cosa que un conjunto de colores, que me hacen entender que las más hermosa sinfonía es precisamente un conjunto de notas que suenan en armonía, que me hacen ver que más allá de las dificultades el Señor siempre está presente. En las palabras de un padre, el abrazo de una madre, el beso de una esposa, una mano amiga, la sonrisa de mis hijos, una mirada que refleja el amor de Dios, y en el silencio... que es cuando Dios también nos habla.
Familia es donde está el amor, ese amor que nos transforma para dar frutos, para ser amigos de Jesús.
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