Las luces y las sombras
Hace un par de días me encontré con un amigo a quien estimo mucho. Conversamos de todo un poco y algo que me regaló fue el hablar de las luces y las sombras. En toda vida, como en toda realidad humana hay siempre luces y sombras. Desde que recibimos la hermosa luz de la vida, se cierne sobre nosotros la sombra de la muerte. Está en nuestra naturaleza el transitar entre luces y sombras. Las alegrías iluminan nuestra vida, las tristeza y los momentos de error, duda o incertidumbre son sombras que oscurecen nuestro pasado, presente y futuro. Nadie se salva, nada hecho por hombres escapa a esta realidad. Y dependiendo de lo que hayamos vivido nos fijaremos más en las sombras que en las luces. Será por eso que nos gustan más las estrellas fugaces que las estrellas que siempre están brillando…esa estrella fugaz es como nosotros, una luz que algún día se perderá en la oscuridad de la muerte…Es eso lo que mucha gente siente cuando se ha perdido la esperanza. Y es la esperanza lo que nunca debemos perder. Creer que los milagros son posibles, creer que si las sombras del atardecer tratan de esconder al sol es para poder regalarnos los colores del crepúsculo.
Tagore dijo alguna vez que “no hay que llorar porque el sol se fue, que las lágrimas no nos dejarán ver las estrellas”. Pienso que son las sombras las que nos deben hacen sentir más la necesidad de la luz. Todos somos antorchas del amor de Dios, pero él respeta tanto nuestra libertad que espera que descubramos que las sombras son para que aprendamos a amar la luz. Para algunos es más fácil apagar la luz, como aceptando que las estrellas fugaces son hermosas pero transitorias. Si aparecen sombras en la vida es para comprender que no debemos perder la perspectiva de lo esencial: el amor es la luz que nunca se apaga. El secreto está en no olvidar que Dios es amor. El resto siempre viene por añadidura. Dios es la Luz que brilla en las tinieblas.
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